Este articulo ha sido escrito por Obdulia Castillo, José Luis Martín y Dolores Mateo
La idea no se nos había ocurrido al principio. Cuando un grupo de profesores y educadores se reunió para hablar sobre la posibilidad de un club de lectura, el objetivo era el alumnado: no es que no lea, es que lee por obligación, por presión si se quiere. Buscábamos una alternativa basada en la experiencia de docenas de centros educativos, la posibilidad de que un grupo de estudiantes leyera textos voluntariamente, sin otra recompensa que el intercambio de experiencias. Pero en la reunión alguien sugirió la creación de una iniciativa parecida para padres y madres. La propuesta fue aceptada con la mente puesta en un medio más para incentivar a los jóvenes: unos progenitores leyendo y compartiendo lectura con los profesores podrían ser un buen estímulo para sus hijos.
Este es sólo el principio de la historia. El número de asistentes a las dos primeras reuniones, convocadas con carácter general, puede calificarse de éxito moderado, catorce madres, un padre, cuatro miembros del profesorado y dos educadores sociales.
No hay nada más desasosegante que cuatro personas en torno a una mesa tratando de convencerse de que han tenido una idea brillante. Pero treinta no suelen ponerse de acuerdo. Veinte está bien. Y lo más interesante fue encontrar en padres y profesores unas actitudes más amplias: los asistentes se definían como lectores interesados en compartir la experiencia de leer, descubrir las múltiples miradas con las que llegamos a una misma obra literaria, escuchar, expresar y enriquecernos dentro de este espacio común que es nuestro instituto, y todo esto, por la tarde y sin los protagonistas principales: sin el alumnado. “Cuando se lee un libro uno se monta su historia y saca sus propias conclusiones, con un punto de vista que suele ser distinto al de otras personas. Al crear la tertulia nos enriquecemos, pues aparte de hablar de los personajes, del libro, también comentamos qué pretende el autor, qué lenguaje emplea y por qué. Eso lo hacíamos en el colegio, con los comentarios de texto, pero no en el día a día”, opina Loli, madre de dos alumnos del centro. Nos reunimos en la biblioteca del IES Cartuja, sentados en sillas prácticamente todas distintas, no por emular a la RAE, sino porque el espacio tiene esa peculiaridad. Hemos leído, hasta la fecha, artículos sobre la lectura firmados por García Montero, Peri Rossi, Juan Mata o Martín Garzo y, sobre todo, Seda, de Alejandro Baricco, una novelita fantástica para empezar a hablar. Estos primeros encuentros han resultado ilusionantes, tras debatir sobre los artículos de un modo más vivencial que teórico, hemos conversado sobre Seda durante más de dos horas: tan interesante era saber qué pasaje había gustado más a alguien y por qué o qué lugares inquietantes o incomprensibles nos habían desconcertado a otros, dónde nos habíamos emocionado, qué nos había recordado a una canción o a una experiencia propia, o finalmente qué nos había aburrido o incluso nos habríamos atrevido a cambiar. La experiencia de leer un libro ha sido superada por la experiencia de compartirlo y nuestra próxima cita será La música del azar, de P. Auster, el 25 de enero, a las cinco de la tarde : ”si se quiere, se puede tener tiempo para todo y obligarnos un ratito a lo que nos gusta. Es muy gratificante charlar con amigos de vez en cuando, y así lograremos que nuestros hijos nos imiten”, comenta Loli. Pretendemos, con este empeño:
- Transformar, una actividad íntima y solitaria en otra social.
- Resistir la tentación de intercambiar mensajes a través de una red social informática, a cambio de abandonar la comodidad del hogar una tarde al mes, con el sólo propósito de escuchar cara a cara las opiniones de unos, todavía, perfectos desconocidos.
- Abandonar, parcialmente, el tradicional discurso padres/profesorado, basado en la situación académica de mi/su hijo/a o los problemas del instituto y sus posibles soluciones, y sustituirlo por otro de carácter radicalmente distinto.
- Posponer los gustos personales en lectura, para adaptarse a un empeño colectivo.
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